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Una red de conciencia colectiva: almas con propósito que florecen en su esencia



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La pregunta fundamental de nuestra vida es el sentido de nuestra existencia. La respuesta no está simplemente dada, está en constante elaboración. A veces podemos tener experiencias (posiblemente de alguna pérdida para el ego) que nos impulsan a plantearnos un para qué vivir y desde una mayor comprensión de ellas, podemos construir una mirada cada vez más concreta de cómo llevar a cabo cualquier propósito que realmente nos otorgue dirección en la vida. A medida que conocemos quién realmente somos, en nuestra esencia (atman); naturalmente las condiciones surgirán para pasar a la acción y realmente vivir con propósito. Este proceso suele implicar una sanación de nuestro ego para que podamos florecer en la esencia, como un árbol y no como la maleza, que crece de forma agresiva impidiendo el desarrollo de otras plantas, al restringirles la luz.

Los seres humanos sanamos y crecemos como los árboles. La misión de nuestra alma es una semilla que se encuentra en nuestro corazón y brota con el unísono de sus latidos. Florecemos en un terreno fértil, en el cual se manifiesta nuestra verdadera naturaleza. El terreno lo cuidamos diariamente con un proactivo proceso de autoconocimiento, desde el cual pasamos de la reflexión a la acción, logrando más coherencia con nuestro corazón y de esta forma, sintiendo en él, tranquilidad por las decisiones que tomamos.

Desde niños nos nutrimos de nuestras raíces y tomamos fuerza ante las posibles plagas (miedos) a las que nos sentimos vulnerables pero poco a poco, aprendemos con valentía. Nuestro tronco crece y se fortalece, hasta que nos volvemos un individuo (o al menos en proceso de individuación). Mientras alcanzamos mayor madurez, desarrollamos ramas y hojas hacia el cielo (recursos y habilidades), apreciado estado de conciencia (y no lugar) que anhelamos experimentar plantados en el presente.

Al igual que los árboles, necesitamos la luz del sol para crecer. El sol ilumina la consciencia y nos permite ver nuestro potencial, que algunas veces está oculto entre las capas de condicionamientos de una sociedad que deshonra nuestra tierra (cuerpo) y contamina nuestro aire (intelecto), banalizando nuestra existencia. Si escuchamos con atención los mensajes que nuestro cuerpo nos otorga; con sus síntomas y propio lenguaje podremos encontrar claves para conectar cuerpo y alma en armonía. Igualmente, al limpiar nuestro intelecto con una respiración consciente (meditación), podemos cultivar pensamientos luminosos, que nos conduzcan al camino de la sabiduría y no sólo a la acumulación de conocimientos y títulos.

Con el tiempo, nos arraigamos más a la tierra y elevamos nuestra conciencia (viviendo en nuestro cielo interno), entrando en sincronía con otros seres con quienes tenemos una misión conjunta. Al igual que un bosque, formamos una red de conciencia o masa crítica, desde la cual deconstruimos estructuras (imaginarios sociales) y transformamos realidades locales a nivel social, político, ecológico y religioso, colaborando mutuamente hacia la verdadera libertad (moksha, en sánscrito liberación espiritual) en acción consciente. A veces estas personas pueden ser, una pareja o la familia que elegimos (amigos) y nos inspiran e impulsan hacia la expansión de una conciencia colectiva. Con la esperanza, que en esta sinergia de almas con propósito y en conexión con atman (yo superior) se manifieste la no dualidad, una única conciencia que es el hacedor de un plan más grande, que una mera consciencia individual no pueda vislumbrar.

A diferencia de otros tiempos, estamos siendo impulsados a cooperar en red, dándole un nuevo significado a los conceptos del vedanta advaita en una no-dualidad expresada en una conciencia divina colectiva, configurada por almas en una sincera búsqueda de la liberación. Se trata de una co-construcción de una realidad en la cual la espiritualidad sea el centro de la existencia, pero que prime una horizontalidad en el acceso al conocimiento que antes solía ser de unos sabios privilegiados (yoguis o sacerdotes) que no compartían lo que sabían para enaltecer su ego espiritual. Ahora hablamos de un conocimiento en acción, que se comparte por redes sociales y virtuales sin discriminación alguna del aprendiz.


 
 
 

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